
Kicillof ignoró a Cristina, desafió el dogma kirchnerista, desdobló y cruzó el Rubicón peronista
Por CRONOS La noticia irrumpió como un rayo en la tarde otoñal bonaerense. Desde el Salón Dorado de la Gobernación en La Plata, con...
Por CRONOS
La noticia irrumpió como un rayo en la tarde otoñal bonaerense. Desde el Salón Dorado de la Gobernación en La Plata, con la solemnidad de quien ejecuta un movimiento largamente meditado, Axel Kicillof confirmó lo que hasta hacía unas horas resonaba como una herejía dentro del santuario peronista: la Provincia de Buenos Aires votará legisladores por su cuenta, distanciándose del calendario nacional. Un decreto firmado, un proyecto elevado a la Legislatura, y la suerte echada para un 7 de septiembre que promete ser un hervidero político. La decisión, en su audacia y potencial para alterar el mapa político, evoca la imagen de Julio César a orillas del Rubicón, aquel río que marcaba la frontera entre la Galia Cisalpina y la Italia romana, cuya travesía en el 49 a.C. significó un desafío directo al Senado de Roma y a Pompeyo Magno, precipitando una guerra civil.
Así como César, consciente de las implicaciones de su acto, pronunció la célebre frase "Alea iacta est" ("La suerte está echada"), Kicillof parece haber sopesado los riesgos de su decisión. Al desdoblar las elecciones, el gobernador bonaerense cruza su propio Rubicón peronista, desafiando no solo la estrategia de unidad impulsada por Cristina Fernández de Kirchner, sino también el dogma de la concurrencia electoral que históricamente ha buscado fortalecer el arrastre de las candidaturas nacionales sobre las provinciales.
La decisión, lejos de ser un acto administrativo, se erige como un manifiesto de autonomía, una jugada de ajedrez audaz en el intrincado tablero del poder. Mientras las internas de Unión por la Patria se desangran en una lucha fratricida por la estrategia electoral, el Gobernador decidió tomar el toro por las astas, desoyendo las sugerencias, o mejor dicho, las advertencias lapidarias de la arquitecta del relato kirchnerista.
Cristina, con la contundencia de un oráculo enojado, no tardó en dejar trascender su voz. Sus palabras, filtradas con la precisión de un bisturí, resonaron como un ultimátum: “Si Axel insiste en desdoblar, rompe la posibilidad de unidad”. La amenaza, velada pero implícita, dibuja un escenario de fractura, donde el pragmatismo del Gobernador colisiona frontalmente con el dogma de la líder indiscutida, similar a la tensión entre Julio César y el Senado romano, que veía en el general un peligro para la república.
¿Ruptura o estrategia solitaria? La pregunta flota en el aire denso de las negociaciones fallidas. Las cumbres de urgencia, los conciliábulos entre Kicillof, Máximo Kirchner y Sergio Massa, no lograron el milagro de la unidad. Las posturas se mantuvieron firmes, irreductibles. El Gobernador, aferrado a su convicción de un desdoblamiento necesario para leer mejor el pulso bonaerense; el massismo, clamando por una unidad esquiva como condición sine qua non; y el cristinismo, agitando el fantasma de una Cristina candidata a diputada provincial si el mapa electoral se fragmenta, tal como Pompeyo intentó hacer frente al avance cesariano.
Las horas previas al anuncio fueron un crisol de tensiones. La Legislatura bonaerense, convertida en un campo de batalla potencial, esperaba el proyecto de suspensión de las PASO y la propuesta de elecciones concurrentes. Pero Kicillof tenía bajo la manga el as del veto, una carta poderosa para imponer su visión.
Este desdoblamiento no es solo una cuestión de fechas. Es un síntoma de las profundas fisuras que atraviesan al peronismo, un espejo que refleja las tensiones entre la necesidad de autonomía territorial y la liturgia de la unidad nacional. Kicillof, con esta decisión, parece buscar una legitimidad propia, desanclada del arrastre nacional y enfocada en las particularidades del electorado bonaerense.
¿Es este el inicio de un camino en solitario? ¿Una estrategia para fortalecer su liderazgo provincial ante un panorama nacional incierto? ¿O una jugada arriesgada que podría atomizar aún más las fuerzas del oficialismo? El 7 de septiembre se presenta no solo como una fecha electoral, sino como un punto de inflexión en la historia reciente del peronismo bonaerense, un día donde se medirán las consecuencias de una decisión que resonará mucho más allá de las urnas. La novela de la política bonaerense acaba de escribir un nuevo y apasionante capítulo, con Kicillof plantando su bandera en la orilla de su propio Rubicón.